Octavio Ocampo
La inversión en capital humano se ha consolidado como una de las principales fuentes de crecimiento de las economías a nivel mundial. Las naciones que han apostado por formar a su población, garantizar su salud y expandir sus habilidades han logrado insertarse con éxito en industrias tecnológicas clave y sus sistemas de producción están en constante innovación.
Pero ¿qué es el capital humano? Según el Banco Mundial, se refiere a los conocimientos, las habilidades y la salud que las personas acumulan a lo largo de su vida y que les permiten desarrollar su potencial como miembros productivos de la sociedad. La OCDE, por su parte, destaca que incluye también competencias y atributos que permiten a las personas contribuir tanto a su bienestar como al de su comunidad y su país.
Entre los pilares más sólidos del capital humano se encuentran las carreras vinculadas con la Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés). Estas áreas se han convertido en el corazón del crecimiento económico, científico y social de nuestra época. Y no es para menos, pues son la columna vertebral de muchos de los avances que hoy nos permiten curar enfermedades, automatizar procesos o diseñar vehículos más limpios y eficientes.
En México, este tipo de formación es clave para que iniciativas como los Polos de Bienestar no se queden solo en el papel. Para que funcionen realmente, necesitamos técnicos, ingenieros y científicos que sean formados localmente y puedan dar vida a estos proyectos industriales. Sectores como la inteligencia artificial, la biotecnología, las energías limpias, el desarrollo de software, la agroindustria o el automotriz no solo están creciendo rápido, sino que demandan mano de obra calificada y de alto valor para funcionar.
A nivel nacional, los datos son alentadores. De acuerdo con cifras del Gobierno Federal, México ocupa el segundo lugar entre los países de la OCDE con el mayor número de jóvenes egresados de programas técnicos, y el cuarto lugar en cuanto a egresados de nivel profesional. Además, el país registra un mayor número de estudiantes matriculados en bachilleratos tecnológicos que economías avanzadas como Alemania o Japón.
Estas cifras revelan una tendencia positiva, pero aún hay desafíos por superar. La distribución territorial de las instituciones educativas también importa y mucho. En la región Centro-Sur y Oriente, donde vive casi el 40 % de la población del país se concentra el 35.4 % de las escuelas de nivel medio superior y superior. Pero otras regiones como el Sur, el Noreste o el Noroeste, siguen enfrentando importantes desigualdades en acceso, cobertura y calidad educativa.
En Michoacán, por ejemplo, hay cerca de 800 escuelas de educación media superior, donde estudian alrededor de 171 mil estudiantes. Pero cuando vemos los datos con lupa, solo dos de cada tres jóvenes en edad de cursar este nivel están efectivamente en la escuela, esto coloca al estado entre las tres entidades federativas con menor cobertura a nivel nacional. En cuanto a la educación superior, solo tres de cada diez jóvenes en edad de estudiar una carrera universitaria lo está haciendo. Para ponerlo en contexto, en estados con vocación industrial fuerte como Nuevo León, Querétaro o Coahuila, la cobertura supera el 45 %.
Otro punto crítico es la brecha de género. Según el IMCO, solo tres de cada diez profesionistas matriculados en las carreras STEM son mujeres, a pesar de que estas carreras cuentan con mayor demanda laboral y mejores salarios.
Impulsar la educación STEM en todas las regiones de Michoacán no es solo una propuesta educativa, es una estrategia de desarrollo con visión de futuro. Apostar por estas áreas del conocimiento es clave para detonar la innovación, atraer inversiones estratégicas, generar empleos bien remunerados y reducir las desigualdades entre regiones. Porque sin jóvenes preparados no hay desarrollo regional que se sostenga y sin condiciones para formar ese talento estamos condenando a nuestra juventud a emigrar.
A diferencia de la inversión física, cuyos resultados pueden verse en meses, la formación de capital humano requiere tiempo, constancia y visión. Educar y acompañar a una persona desde la infancia hasta que concluye su carrera profesional puede tomar hasta dos décadas. Por ello, se requieren políticas públicas sostenidas y de largo aliento, capaces de trascender gobiernos. Estoy convencido de que el verdadero desarrollo comienza en las aulas, pero también se construye día a día, con compromiso, perseverancia y responsabilidad desde cada uno de nuestros espacios de acción.
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